sexta-feira, 6 de março de 2015

Una arriesgada encarnación de William Blake



Nací en noviembre de 1757. Mis padres eran fabricantes de medias. Desde niño las visiones han sido mi deleite, poco común. A los cuatro años, grité al ver  en una ventana impreso el rostro de Jesús. Mis padres no me creyeron y, por sugerencia de mi madre, terminé por desmentirme para evitar una paliza de mi padre. A los 11 años, una vez más, me visitó otra visión. En esta ocasión se trató de un árbol repleto de ángeles con alas relucientes como estrellas. Entre todas ellas la que más me cautivó fue la visión del funeral de un hada, su cuerpo se posó sobre el pétalo de una rosa. Mi vida siempre cercada de ángeles. Luego que empecé a escribir mis cantos, esas figuras se presentan dominando las imágenes, conversan conmigo, me llevan consigo por un mundo  espantoso de luces y magia.
Cuando cumplí  15 años, ya dibujaba y escribía, mi padre me inscribió en el taller de grabado de James Basire. Por siete años me puse a copiar la obra de grandes maestros y también a esbozar mis  propias ideas. Cautivado por la obra de Da Vinci, Rafael, Miguel Ángel, al mismo tiempo  me atraían los dibujos góticos que se repetían con frecuencia en las tumbas y en la estatuaria de la Abadía de Westminster. Esta combinación de milagros de la creación definirán las minucias esenciales de lo que realicé en toda mi vida.
En 1779 fui admitido como grabador de la Royal Academy School, donde hice mi primera exposición, a los 23 años. En esta misma academia hice otras cinco exposiciones individuales. Y, gracias a ella me convertí en un grabador con participación en el  mercado de publicidad, aunque la crítica jamás haya reconocido el valor de mi trabajo.
Estos fueron los años en los que tuve mi único desencanto amoroso, algo que por suerte fue definitivamente borrado de mi memoria al conocer a Catherine con quién  me casé en 1782. A pesar de tener el mismo nombre que mi madre, lo que en ella me tocó con la fuerza de un presentimiento fue la certeza de una predestinación. Catherine era hija de un modesto jardinero, no tenía instrucción alguna, y me conoció en un momento  doloroso de desventura amorosa y soledad moral. Yo le enseñé no solo a leer y a escribir, sino también el arte del grabado y a colorear mis dibujos.
Estos primeros años de vida con Catherine coinciden con la muerte de mi hermano más joven, Robert, con quien montamos un taller en un barrio popular. Los tres juntos llevamos una vida bien fértil combinando creación, afinidades y alegría de vivir. Cuando Robert se fue, en 1787, es intenso el vacío que su muerte provocó en mi alma. Menos de un año después, me visitó su espíritu y me enseñó la técnica de mezclar poema e imagen en una misma plancha de metal. Yo no sería nada sin la muerte de mi hermano y sin la presencia física de mi mujer. Yo soy hijo de mi hermano.
Mis primeros experimentos siguiendo las orientaciones de mi hermano se contrastan entre sí como las dos caras de una misma moneda. Las canciones de la Inocencia están ambientadas en mis visiones angelicales, con su creencia en la naturaleza humana, presagios, imágenes oníricas. Cinco años después, cuando publico Las canciones de la Experiencia, la revolución francesa había ensordecido aquel joven que escuchaba el inocente llamado del cordero. Todo lo que yo veía delante de mí era un mundo de terror, la visión de una tierra devastada por el descreimiento, de una noche destrozada por simulaciones agónicas. Mis ángeles se convertían en tigres. Al escribir el último poema de este libro yo ya había perdido mi inocencia.

La Crueldad  tiene  Corazón Humano
Y la envidia un Humano Rostro;
El Terror la Humana Forma Divina
Y el Secreto el Ropaje Humano.

Este era el fruto actual de mis visiones. El horizonte caótico de las expectativas sociales alimentándose del prejuicio religioso y de la miseria filosófica. No era posible observar el mundo sino por la lente de una alegoría, al mismo tiempo en el que la alegoría jamás salvaría al hombre de los destrozos de sus equívocos. Lo que eventualmente nos distancia del restante reino animal es que no podemos vivir solamente para nosotros mismos, para la fabulosa soberanía de la especie humana sobre las demás. Y tanto llevamos esta superioridad en serio que nos tornamos superiores a nosotros mismos, al establecer una clase de valores que dignifican a  unos y subordinan a otros. El hombre es una especie rara de contradicción en la naturaleza. Y su pecado más grave fue haber inventado la religión como una forma de disuadir la humanidad de su esencia común incondicional.
Por veinte años pude realizar mis trabajos gracias a los intereses de los patrocinadores que confiaron en mi dedicación y, también en mi dedicación a algunas de sus  sugerencias. Todos los seguidores de una secta son tan esclavos como soldados en campos de batalla o en regímenes militares. Fui acusado como sedicioso y lunático por pensar así. Político o religioso, el poder jamás aceptará ser impugnado. No soy profeta de nada. La humanidad perdura en sus tinieblas, siempre dedicada a las facilidades del caos.
Yo dije muchas veces que el hombre solamente se comunica con el Paraíso a través de la poesía, de la pintura y de la música. Yo creo que el hombre se hizo a sí mismo en la condición de un creador, cuyo destino es marcado por la percepción y no por la razón. El hombre existe apenas para crear. Este es su único evangelio. En la naturaleza existen tantas formas como las que yo puedo concebir, tangibles o no. Lo que me acercó a Jó o a Dante fue el entendimiento de que la debilidad espiritual del hombre lo lleva a inventar tanto una divinización autoritaria de sí mismo como a una horda de seguidores. La vida humana es natural y su incondicionalidad radica exclusivamente en la fluidez de esa naturalidad.
Cuando bosquejé a los cuatro Zoas imaginé un mundo en el cual pudiéramos recuperar la identidad original. Somos la obra laberíntica de todas las nuestras ilusiones y alusiones, lo que nos toca ver y desear, crear y recordar, explicar o no. Somos frutos del amor y gracias únicamente a él todas las formas se unen, se funden en solo una. Solamente el amor ambienta nuestras contradicciones. El amor es un trazo únicamente humano. Los dioses no aman, tampoco lo hacen las babosas o los unicornios.
Viví una época patrocinada por un horror sacrílego a la Imaginación. Dios se oponía a toda y cualquier visión espiritual. No debería más ser aceptado como señor del amor y de la bondad, pero sí como un filtro que establece la alabanza como norma, en lugar de la afinidad. Dios no era más humano. Había sido convertido en catedral y papiro. Yo fui culpado por  oponerme a mi tiempo, en todas sus limitaciones  –por mi concebidas como tales, dijeran–, pero lo que siempre tuve en mente es que no hay nada más fundamental en la vida del hombre que no sea crear y crear y crear. Por lo que debemos poblar el espectro de la existencia humana: con nuestras creaciones.
Así surgieron personajes en mis escritos que se destacan por la discordancia entre ellos, firmando una recusa frontal a la ortodoxia. Yo busqué todas las voces. No apenas para oírlas, si para  encarnarlas. Siempre quise saber cómo ellas reaccionarían dentro de mí. El mundo es la casa de todos, jamás podremos imponer a nadie nuestras convicciones o expectativas. Los siglos se amontonarán y el hombre seguirá repitiendo mi error.
Todas las ventanas construidas como una forma para que nos conozcamos a nosotros mismos, y también a nuestras posibilidades infinitas, serán tomadas por la misma limitación, la de la  imposición de una visión. Yo tuve mi vida pautada por una secuencia inagotable de visiones y jamás alguna de ellas se impuso delante de mis ojos como una razón única. El hombre siempre tuvo bondad en su corazón, pero siempre la rechazó. Esta tal vez sea la única carta del naipe existencial que yo jamás comprendí.
En el día 12 de agosto de 1827, me morí. Yo no estaba propiamente cantando sobre las cosas que veía en el  cielo. Canté toda mi vida, anclando mis abstracciones en una melodía. Tanto la imaginación como la razón carecen de ritmo. Catherine estuvo conmigo en la hora de mi muerte. Yo siempre conté con ella para que ella fuera mi infinito. Catherine es mi horizonte y sé  que sobrevivo en ella.
Cada muerte recoge sus páginas aparentemente dispersas y busca limitar los efectos de un brillo peculiar con el cual jamás se identificará. La vida es generosa en su escala de disensión. La muerte contrató un teatro de fantoches para garantizarle perpetuidad. ¿Quién es el implacable tirano: el que nos impone la vida o su extinción? ¿Cómo crear reglas destinadas a lo que no comprendemos? Tus obras rebeldes pueden ser enterradas contigo. Nadie estará aquí mañana. Tu tumba debería estar  lejos del júbilo de tu memoria. Pero la última tumba parece ser la única forma con la cual los muertos participan de la vida.



[Este texto es un extracto de un guion inédito para novela gráfica, dedicado a la vida y a la obra de William Blake. Traducción al español Eva Schnell.]