1.
UNA VOZ PERDIDA: RAQUEL
¿Hasta cuándo puedo confiar en tus palabras?
Me pides que busque la salvación en tu nombre,
que desfallezca, aguarde, vague, permita
que me olviden todos. Me ilusiono creyendo en la visión
de tus encantos, y acato atenta tus preceptos.
Para los desengañados, debo abrir amplias fosas.
Y entrego mi cuerpo a aquellos que lo necesiten.
Una vez más padezco, y aguardo, y me vuelvo
nada, un retazo, una sombra perturbada,
hasta que me canse e indague por los siete llantos
de mi alma exánime: ¿un
día me consolarás?
Abro la mano y persigo los rastros de mi destino.
Me extravío allí tantas veces que ya no distingo
a mi único suplicio: ¿tú,
cuándo me consolarás?
2.
LA NATURALEZA MUERTA
Cadáveres en
lágrimas,
¿no hay nada
más inverosímil en tu existencia?
Tres tramos de
escalera antes de la caída,
garabateabas de
memoria unas palabras finales.
¿Con quién
hablabas en tu camino hacia el abismo?
¿Qué voces
heridas y extranjeras
rugían en tu
drama, casi borrachas, casi voces?
¿Será acaso tan
inmensa la eternidad que no podamos encontrarnos en una tarde de sábado?
Silencio
rocoso, enfurecido en su casco carcomido,
¿qué vicio tan
extraño convierte todo en angustia?
Cadáveres
listos para una cena de dolores,
sollozante
cosmogonía reclinada en el vacío, ríos de insectos piojos róbalos muertos
pulgas babosas lentejas podridas latas de aceite -naufragio quemante- herrumbre
de faros, tumbas fluctuantes -¿estupor frente a la sangre de las noches?
Hay una
distancia ya clásica entre lo que piensas y lo que eres, tinieblas de actitud,
bautismo de cruces, sofismas gastados, coro de ángeles, siempre un mismo puerto
de aventureros,
lugar poco
probable para nuestro encuentro.
Más aún cuando
no te rebelas, entre cadáveres remando contra la muerte,
restos de
comida fractura de muletas gordiano de heces -¿de dónde cae el tiempo? -el
verso se quiebra en todo momento
¿Dónde estás?
¿Dónde habitas?
Indago dónde
podrías haber nacido.
Habitualmente
rodeado de cadáveres,
¿tu noche será
la gran industria de los desvalidos?
Metáfora
decaída, cantina de precios exorbitantes, estamos siempre a dos pasos de algo,
pérdidas acumuladas, rutina de miseria soluble y pastel de ansiedades -¿será
éste tu mundo descomunal, tu biblia que todo abarca pero nada percibe en lo
íntimo, pandereta de la joven Esmeralda, mujeres tatuadas a estilete, muchachos
cercenados por no portar armas, un huevo de tortuga del cual escapa un yacaré,
la suprema gloria de la superficialidad, muerte entre la piel y el abismo de
los sentidos, bandejas de bayas y uvas servidas en conferencias de paz,
artistas al vacío, suplentes de alquimistas accidentados en el trabajo,
imbéciles especulativos, cucarachas familiares, durazno pitomba açaí todo de oro,
muerte eterna? ¿será?
¿En qué océano
descomunal te escondes, poeta?
Disfraces: una
amargura telúrica una máscara dionisiaca un barroquismo ululante -ah, manera
formidable de no estar en el mundo.
Un demonio
triste escribe un banal itinerario de arrepentimientos.
Tus cadáveres
ya no te soportan.
3.
EL ABUSO DEL VÉRTIGO
El
coloso en fragmentos me desgarra. La tortura se mantiene en pie.
René Char
Cobijo tu cuerpo en mis manos,
entre rayos de sudor, desfallecido.
La ruina de la belleza (¿querida fealdad?)
es que siempre retorna a sí misma.
¿En qué punto extremo de tu amor
brota la renuncia a la insensatez?
Un cuerpo desamparado me insulta
con su humanidad fuera de lugar
Escombros que se acusan entre sí
por el despreciable vértigo alcanzado.
Avaricia de formas con que osar
el centelleo de mil voces trepidando
en sacrificio, como si la noche, oculta
en la fortuna de cada habla desventrada
fuese la llaga deífica, sol o cenizas.
Evanescente como estás, me abisma
seguir leyendo un torrente de páginas
en la piel blanca y desecha de sentido,
abismo que es el centro de la angustia,
hortaliza victimada por la consagración.
¿Es la memoria un cínico abuso del dolor?
¿De qué está hecha la tragedia de la belleza?
Tambor de voces, relato de gozos, luz
faltante sobre el escenario en ruinas.
Placer de caídas que nos alimentan.
Designio, veneno o ruego de plagas.
Sé que te pierdo ahora, en mis brazos
no tengo sino el fulgor de tu muerte.
Lo que dejo de ser se tritura a sí mismo,
suplicio que acentúa la miseria humana,
indicios de pérdida albergan disfraces.
¿De qué muere algo muy dentro de nosotros?
Anuncio y sigilo, odio y amor, pequeña
o gran muerte, en intervalos o no.
Cómo dolía en ti el verbo imposible,
conjugar el dolor en vicios de lenguaje,
rehacerte lacerando tiempo y espacio.
No quiero que mueras en pedazos.
El vacío es húmedo, colmado de sí mismo.
Dios no muere de odio. Menos aún
se agota el hombre en su orgullo.
La refutación de la muerte está en su dolor,
como la negación de lo que nos contradice.
¿De qué mueres? Todos sabemos de la bala
que tu cuerpo recibió en mi lugar.
Odio o aprobación, lo anunciado se dio.
Desnuda y linda como estás, ahora muerta,
odio perseguido por el azar, gólgota
ajustándose a nuevas formas de éxtasis,
no veo sino tu cuerpo, inactivo
en la oscuridad que lo ilumina, chorro
de brea en la viscosa lámpara del destino.
"¿Qué hubo?", preguntarían, sin duda.
Muerta a tiros cuando al entrar
en una farmacia, nos encontramos
con ese "¡al suelo!", y mi negativa.
4.
UNAS VESTIMENTAS
Paños desnudos.
Ninguna imagen
sangrando en la piel
de tejidos
listos para la caricia.
Recito esa
desnudez con un par de alas.
Un demonio
agachado
pegando sus
labios a los míos.
De donde tú me
ves, yo sería un arroyo de huesos,
calcinado
deleite de tus almas:
unas pocas, las
que no supieron
preservar el
horror que las anticipa
y comprende.
Rostros
engordados en ceremonias...
¿Y cómo te
ubicas, demonio,
mordiéndome los
senos, cómo te ubicas?
Un mirar para
escoger huesos.
Carbones
astutos y conocedores de la fábula.
Mira bien lo
que traigo conmigo:
este cuerpo
menguado en débiles lunas.
¿Preparas una
piel para mi?
Dame tus
cuchillos, espolones, cuernos,
la punta
imperfecta de tu falo.
Ves cómo me
hago en mil muslos,
viscosos como
cebos, y todos deletrean
la caída que
anuncias.
Los paños
sobre el vacío,
desnudos.
Equilibrio
derrumbado hacia el suelo,
rostros
deshechos de víctimas que ya no alcanzan el ofertorio, el pie de un dios
hallado en excavaciones por donde me consagras,
puto demonio,
por donde
me despedazas
deseosa de tu salud.
Mi cuerpo en
astillas, santuario decrépito
de tu
perversión,
cascos
arañándome el tejido de la memoria, sí,
un mínimo dolor
recorre procedencias insospechadas,
y sabes cuánto
me dolía tu abundancia,
el pote que
indicas y, ansiosa, me lanzo a buscar allí la respuesta para el afligido
cultivo
de dolores
por todo mi
cuerpo.
Cargo conmigo
todas las formas
con que me
atacas.
¿Qué máscaras
perpetuamos: las mías, las tuyas?
Mis labios te
queman la piel.
Aceites
encendidos mientras nos deshacemos.
Paños como
papiros, inscripciones invisibles que enseñan a mantener caliente la cabeza de
un dios muerto.
Desnudos.
Con la medida
del infierno en cada pliegue
del tejido de
que estamos hechos.
5.
LOS PERGAMINOS
Estás en tu
ausencia.
Ni cerca ni
distante, en camino al bien y al mal.
Tampoco importa
lo que te espera.
Ningún dolor
mal afirmado.
Formas
despedazadas en el vientre y en la llama de un mirar perdido.
Apenas formas,
debilitadas mas no del todo ajenas.
Evidencias que
comunican una escritura sacrificial.
Lugar sagrado
adonde van a dar todas las voces en que confías.
Templo o
túmulo: abismo, multitud, destierro.
Versos se
escurren entre lamentos sinuosos, vértigos de otoño.
Lo que escucho,
lejano, es a mi padre arrancado del túmulo.
La vida
reiniciada en cada muerto.
Los amores
perdidos, vaciando casi todos los límites del mirar.
Lo más
profundamente irreparable, lo inconcluso entre derrames de enigmas, encrucijada
de vómitos de lo que es apenas temor o insatisfacción,
nada,
nada está tan
presente en ti como tu ausencia.
La vida,
sosteniéndose apenas con su sastre de ilusiones.
Rostros
desconocidos surgidos en sueños y cenas, sin que te des cuenta de que son todos
tuyos.
Y todo lo que
buscabas era un falso reposo.
¿Qué valores
dar a lo que apenas escrito pierde sentido, a lo que se fragmenta sin noción de
qué se le opone, a esa maraña de imágenes desistiendo de la risa y el temblor?
Donde estás
nunca serás.
El destino
siempre conduce a la pérdida.
Un canto como
una escena dislocada en el tiempo.
El infortunio
como el reventar de una alegoría: el hombre no cabe en lo que posee.
Para morir
escoge una camisa limpia.
Anotaciones de
un incierto desprecio por la especie.
¿Quién lo
despertará para la muerte debida?
Ruidos de
sombras negadas, el cadáver hechizado
del que hablaba René Daumal, perfiles de cenizas y estatuas arrepentidas,
carnes estalladas por ausencia de labios, desbordarse, desbordarse, rezaba la
inscripción en la entrada del pub,
mujeres dispersas como hierba de noche, hombres tontos adictos a sí mismos;
luego, el maravilloso fin de todas las cosas: aplazarse.
No estás sino
en lo que niegas.
Suplicio
guardado como un as en la manga.
Todos pasamos
por aquí muchas veces, se repiten las imágenes y no hay gracia, ya, en creerse
iluminado o expatriado.
Cualquier forma
precaria puede ser fuente de algún desvarío.
Al perder la
noción de la caída, de nada vale la avanzada edad.
Las formas
hablan con lo que son, saben que no deben jamás ignorarse: he ahí cómo perciben
que las mutaciones son una afirmación de principio.
¿Dónde estás,
ahora?
Lo que concluye
es lo que no se reconoce.
Como abrimos un
nuevo hueco entre los hijos crecidos, la ducha esponjosa del hábito, la secreta
envidia de ínfimos detalles en la vida de los otros.
¿Existirá
siempre un recuerdo?
Camino al
infierno, ya en la última vértebra, siempre alguien indaga sobre los miserables
planes del desorden,
el inviolable desorden con una voz desesperada al que se
refería Gui Rosey antes de desaparecer, tragado por tal inquietud.
Un desconfiado
método de la armonía.
Lugar inexacto
donde todo se contempla y raramente se completa.
¿Qué hay de más
en tus versos, poeta?
Esa pobre vida
incompatible será siempre la misma.
No es tuya,
simplemente no es.
Tu lengua
recorre las sílabas mejores.
Un lado y otro de las manos, habituados a reanimar
sufridas metáforas.
Un mar
retraído, una espléndida chispa de tu culo, brote de intangible orgullo de una
memoria de gozos, idas y venidas en labios violentos,
llamas,
como me llaman
ojeras tensiones excesos.
El flameante recurso
con que te agotas.
Los espejos se
engañan en el exceso de fidelidad.
Nada está
exactamente como está.
Ni siquiera las
pérdidas, de cuanto hay en mí de
innumerable.
Con todo, no
tengo tiempo para arrugas,
el infierno
deberá hallar otra manera de hacerme una visita.
6.
SI LA NOCHE CAYERA
¿No te
renuevas?
Un sentido
sibilino evocado,
la obsesión por
el misterio que recorre la noche en harapos, ausente de sí o al menos tomada
por lo que no comprende,
es así que nos
damos las manos,
la voz de Paula
Cole en el concierto de Peter Gabriel,
en tus ojos, en tus ojos, me recuerdas
que Nerval decía a George Bell que se nutría de su propia esencia y no se
renovaba.
Somos
subversivos patéticos o lánguidos apasionados,
dopados por las
comodidades del registro civil,
sudores
enojosos, un devaneo cartesiano,
nada que nos
eleve al supremo nivel de metáfora alguna.
¿A qué temes en
tu paseo nocturno?
¿El drama de la
noche será tan compacto voraz penetrante como la idea de que cruzas despierta
delante de todo?
¿No abrirías
una ventana en tu piel?
Vista nocturna,
tarjeta postal, escena perdida de un film,
¿lees todavía
mi cuerpo en libre asociación?
Tenemos sexo
con los hijos y amigos, nos sentamos en un bar para grandes carcajadas
nocturnas, lo auspicioso no necesita interpretación,
en tus ojos,
asombros florales tomando forma humana, el libro que se lee a sí mismo
consciente de la existencia de otras páginas,
garabatos de un
dilema fatídico,
nunca supimos
lo que ocurrió en realidad.
Un mito
cualquiera se agita,
tú eres mi
gozo, seré tu inmensidad.
El arreglo
floral sobre la mesa nos dice que la noche insiste en recuperarse.
El verso cae
sobre el paño.
¿No te
renuevas?
¿Quién hace la
pregunta?
"El
desánimo ha escrito versos mejores que la alegría de vivir". Esto se dice
en todo instante a un corazón que se siente traicionado. Páginas de desaliento,
rostros sofocantes, no eres nada, tú no eres nada y aún así te amo,
oh infierno
cortés, dinastía de sentidos objetivando algo,
el amor sigue
siendo toda la intransigencia posible,
el golpe menos
artificial del ser,
el abuso
central de nuestras limitaciones.
Al menos, si la
noche cayese yo podría abrir tus brazos de un extremo al otro y colgarte de
ella, lamiendo tu cuerpo en negación de todo sacrificio, hijos, sexos, planes,
bendiciones,
sudores, financiamientos, mi lengua dando cuenta de tus sabores; la noche, la
noche no es nada, Nerval, el mundo cae sobre nosotros el día entero,
amo y desamo a
toda hora, lo que en mí hay de más mediocre no espera ya la noche para
manifestarse,
no vamos a
ninguna parte, dopados por laudos inventados, acuerdos de sindicatos,
votaciones en la cámara,
tu cuerpo
suspendido y sin sentido, porque ya no sé qué hacer con él,
ya no sé qué
cosa escribir.
¿De qué muere
exactamente la fe en un cuerpo?
¿Del anuncio de
un método? ¿De una sospecha de fraude?
7. EL
OFERTORIUM
La pierna dulcemente erguida sobre la página:
un verso así no escribes sin
mi gozo
Sabía cómo marcar las frases donde retornar.
Los dos se buscaban entre enigmas y risas,
devolvíanse mutuamente lo que iban encontrando:
restos del otro, pequeñas sombras dispersas.
Te abro todos los labios de
la casa. ¿No ves allí,
en el balcón, una parte de
ti ya olvidándose?
La voz podía ser entregada a cualquiera de ellos,
sorprender a la noche en un capítulo
de espasmos: ojos garabateándose, imágenes
saltando del sexo de ambos, toda ella, todo él,
todo para encontrarse y decir: ya estuvimos.
Sólo el amor nos revela aquello que perdemos.
[Tradução de Jorge Ariel Madrazo. Caricatura de Floriano Martins, por Klévisson Viana. 2008.)